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¿El miedo te acompaña en cada paso que da tu hijo y en cada desafío que afronta?, ¿a menudo te encuentras sobredimensionando situaciones de riesgo por miedo a que le suceda algo malo? No estás sola en este sentimiento.
¿Qué madre no ha experimentado un escalofrío repentino al imaginar lo peor para su hijo? El temor está siempre presente en la maternidad. Es como un susurro inquietante que se forma al pensar en los posibles peligros que acechan a los niños.
El miedo de que pueda pasarle algo malo a un hijo puede llevar a los adultos a protegerlos en exceso. A envolverlos en burbujas de máxima seguridad. Sin embargo, esto termina siendo contraproducente para el sano desarrollo de los pequeños, además de contribuir con el malestar de las madres.
El miedo de las madres por los hijos
El miedo puede vestirse de mil caras, presentándose en situaciones extremas o cotidianas. Entre los temores más habituales en relación con los hijos, encontramos:
- el miedo a que sufran un accidente,
- a que se enfermen con gravedad,
- temor a que no sepan manejarse de forma autónoma,
- a que se sientan rechazados o excluidos,
- miedo a que alguien los lastime.
La función que tiene el miedo en nosotros es la de alertarnos y prepararnos ante escenarios riesgosos. ¿Sabías? En la esfera familiar, es el motor que nos impulsa a tomar precauciones. Nos puede llevar a abrigar a nuestro hijo para evitar que se resfríe. A enseñarle a cruzar la calle mirando para ambos lados. O a brindarle herramientas para que sea capaz de hacer amigos nuevos.
En estos casos, el miedo es considerado como adaptativo, ya que cumple una función protectora. Previene posibles daños. Ahora bien, esta emoción se torna disfuncional cuando es desproporcionada y no está basada en una amenaza real. Temer, en exceso, que algo malo le suceda a un hijo, limita su crecimiento.
Por ejemplo, si el miedo a que pueda sufrir un accidente en la vía pública te lleva a exigirle andar de tu mano a sus diez años, estarías obstaculizando el desarrollo de su autoconfianza e independencia.
¿Puede convertirse en una fobia?
La diferencia básica entre un miedo y una fobia radica en la intensidad y la persistencia de la respuesta emocional.
Es más, según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, Quinta Edición (DSM-V, por sus siglas en inglés) la fobia se clasifica como un trastorno de ansiedad específico. Se acerca al miedo desadaptativo, aquel que perjudica mucho más de lo que beneficia.
El temor excesivo por la seguridad y bienestar de un hijo puede alterar la salud mental de las madres. En algunos casos, puede propiciar el desarrollo del trastorno de ansiedad generalizada o trastorno de ansiedad por separación.
Por eso, si percibes que el temor es irracional, inmanejable y desproporcionado, es imprescindible que busques apoyo en un psicólogo o psiquiatra especializado para trabajar en él.
